LA ESPESURA DE LAS COSAS, por Patrick Holzapfel

 

Uno de los aspectos más importantes del cine, negado con frecuencia, es la certeza de la presencia de la cámara. Este enunciado no sólo concierne al lugar geográfico (en el caso de Winter y Edström, a las casas, los campos, los arroyos, a los caminos de la cuenca de Shiotani, no lejos de Tokio, en Japón),  sino que también contiene la noción de temporalidad. Hemos de poder creer en la realidad de la duración de un plano, de una escena, de un film concreto. No importa si vemos el movimiento de una mano en una película de Bresson, o un regimiento de caballería cruzando el desierto en un film de John Ford. En ambos casos, lo que está en juego es la relación entre el mundo y lo filmado. Décadas de manipulación de saldo, de propaganda, publicidad, de belleza superficial, de supremacía del relato, han degradado esta relación entre el mundo y el cine.

En cierto modo, Los trabajos y los días (de Tayoko Shiojiri en la cuenca de Shiotani) restaura esta relación, y resiste a las tentaciones de una película de 480 minutos en una sola localización geográfica, sobre la muerte, la agricultura, y la familia (tales como la belleza, la tragedia, la política, y el sentimentalismo, todo a bajo precio, y respectivamente) para lograr algo tan extraño y ordinario como la vida misma.

Cada imagen cuenta. No hay escena de exposición, ni plano de conjunto, ni plano de corte. Se puede anticipar que cada sonido y cada imagen restablecen una relación con el lugar y el momento del film. Quizás sea importante reflexionar acerca de la ubicación geográfica, un pueblito en el que Tayoko Shiojiri vive con su famila, y su marido, enfermo, Junji.

Los protagonistas son personas mayores, lo que hace de este film la tercera obra consecutiva sobre la vejez, y una especie de vida autárquica, retirada del mundo, realizada por estos directores. Una gran carretera atraviesa el pueblo, una parada de bus estructura los días de los que van y vienen. Es un lugar de diálogo permanente con el entorno: las colinas, los árboles, un río, la lluvia y la nieve. La natura sigue teniendo una gran influencia en la vida y costumbres de sus habitantes, pero en el horizonte se vislumbran algunos cambios.

Winter y Edström abordan este microcosmos al igual que un biólogo aborda un hábitat: en un ecosistema, cada elemento tiene un papel esencial e indispensable: un charco en un camino de tierra es tan importante como una bandada de pájaros, o la voz de un ser humano. Si uno solo de estos elementos es destruido, el conjunto se verá afectado. Así que no hay jerarquías en la película, sólo los elementos de un hábitat que son también los de la costumbre. Cada vez que una persona me pregunta de qué habla de la película, le respondo que de la superficie de los cristales y del canto de las cigarras. No es algo inexacto, es un film sobre la coexistencia.

La ficción existe entre los árboles, los recuerdos sólo emergen cuando la luna brilla, el viento es portador de la música que se escucha con agrado. Filmar un lugar de vida es también prestar atención a lo que está fuera de él. En los viajes en bus, un campo político se inmiscuye en el pueblo a través de historias anecdóticas, de la música o de la pantalla del televisor.

Del mismo modo, Winter y Edström proponen planos sorprendentes capturados a través de una ventana, y a menudo abandonan una escena filmada en el interior de una casa para rodar en el exterior, como si desearan recordarnos que la vida es lo que sucede simultáneamente en el exterior y el interior, una suerte de sincronismo en la duración. Ni la trama narrativa ni otro argumento retórico justifican los cortes, siempre se corresponden con el deseo de ver algo más de aquello que hace que la vida siga, y que, en última instancia, llegue a su fin.

En este lugar, he creído descubrir una suerte de armonía del ser, o una lógica de vida y muerte.

 

Fragmento de un texto publicado en torno al film Les travaux et les jours, de C.W.Winter y Anders Edström, editado en dvd  por Capricci
Traducción y adaptación ©filmtropista